Cuando un amigo me preguntó una vez si me gustaban las
mujeres ‘con muchas tetas’ le respondí que si tenían más de dos me daba cierto repelús.
Lo mismo me ocurre con su personalidad: a mí me gustan las mujeres con
personalidad, pero cuando tienen personalidad múltiple me agobian un poco.
A lo largo de mi vida virtual he conocido a cientos de
mujeres; a muchas personas que creía que eran mujeres y algunas resultaron ser hombres
disfrazados de un nombre del que se apropiaban, o tal vez conocí a una única
mujer que acaparó varias decenas de esas mujeres que conocí y que siempre quiso
ser en la denominada vida real, para cumplir su sueño virtualmente hablando.
Hoy me acordé de una de esas mujeres. Desconozco la
profundidad mental del trastorno de la personalidad múltiple, pero este caso en
concreto me hizo pensar. Entonces me imaginé a una mujer sola y aburrida, sin
amor por nadie porque nadie la quiso nunca en su vida, compartida con siete
gatos a los que daba de comer a pesar de saber que si un día moría ellos la
devorarían, pero no le importaba, pues cansada de la humanidad siempre presumía
que por los animales daría su vida.
En otra época, esta mujer se habría dado al alcohol, las drogas,
o el sexo promiscuo hasta morir antes de los 50 por alguna de estas causas, o atropellada
al cruzar la calle por un grupo de africanos a los que un rato después les premiarían
con una medalla. Pero hoy existe internet, y el aburrimiento se mitiga de
muchas formas, tan complejas como sencillas a gusto de cada uno.
Pues esa mujer que conocí yo comenzó a cambiar de nombre cada
día por un juego de rol. Nunca quise saber las reglas del juego, por si también
me aficionaba y terminaba cambiándome los calzoncillos cada día. Lo único que
supe con certeza es que hacía eso para ganar dinero ficticio, muy útil para comprar
pienso para gatos virtuales o perder el tiempo.
Hoy recordé a esta mujer porque uno se hace el tonto hasta
que se aburre, y entonces vuelve a hacerse el tonto con otra persona nueva. Así
que pensé que un día yo también podría aburrirme de una manera más divertida. Creo
que podría comenzar cambiando mi nombre, pero nada de esconderme detrás de una
pantalla: cara a cara, con un par. Con gente desconocida, eso sí, porque soy un
poco tímido. Saldría a la calle y me presentaría a cada persona que se cruzase
en mi camino: sería Nemesio para la señora mayor que espera que el semáforo se
ponga en verde, o Juan para el chino que me sirva el café en el restaurante, y
a la chica cuyo perfume llega antes que sus piernas desnudas en pleno invierno,
le diré que me llame cómo y cuándo quiera.
Pero ahora que lo pienso, con el nombre no será suficiente;
también fingiré mi edad, mi estado civil y mi trabajo me invitará a viajar allá
adonde yo quiera. Sabré que soy bueno venciendo al aburrimiento cuando me
observe escribiendo un e-mail a una de mis personalidades y encienda otro
ordenador para responderme. Poca broma, porque hay gente que ya vive así.
Al paso que va esta sociedad, cada vez habrá más gente igual
o peor. Imaginar es gratis, y probablemente una de las pocas cosas gratis que puede
hacer uno solo.
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